Exiliado, nómada, migrante, refugiado, expatriado son categorías con que se nombra esa experiencia cuyo común denominador es el desplazamiento, un hecho común y constante en todo. Constante también para el pueblo de Israel, provocando así: emigración a Canaán, a Egipto y de nuevo a Canaán, convivencia en una misma tierra con otros pueblos, deportación a Asiria y a Babilonia y finalmente ocupación. Generando así, un entramado de lógicas que impulsaron el proceso de definición de los ideales de lo que podría ser nacionalidad.
A raíz de aquello escribieron leyes que prohibieron el mal trato al extranjero, que surgieron seguramente porque había menosprecio y maltrato, por eso el pueblo de Israel deberá recordar su condición en su relación con los extranjeros. El Gér (extranjero) (Dt 14:29), era un marginado de la sociedad israelita, pero era protegido por todas las leyes que regían también los derechos de los pobres. La razón fundamental del buen trato al Gér, repite el texto bíblico, es el hecho de que Israel fue inmigrante (Gér) en Egipto, es decir conoce por experiencia propia las penurias y los sentimientos de desarraigo vividos en países extraños.
Su conciencia sobre nacionalidad y extranjería atravesó por una serie de apropiaciones, consensos, disensos y adaptaciones. Lo extraño en Israel comenzaba a gestarse desde la idea de la configuración de su religión. Pero fue a partir del post exilio, el miedo de perder la identidad se apoderó de los responsables del pueblo, normada por las políticas del Segundo Templo, quienes empezaron a construir muros a los emigrantes. Esta experiencia de exilio puso una desintegración del espacio, marca profundamente su vida y su fe.
A partir de allí se crea un sentimiento de rencor hacia todas las cosas de afuera, lo que se vuelve más vehemente cuando el liderazgo de la nación pasa a manos de los sacerdotes, después del retorno de los deportados. A partir de ahí los extranjeros fueron obligados a renunciar a su diferencia y hacerse judíos, porque para la residencia en medio de los israelitas había que dejar de ser extranjero para convertirse en judío.
La actitud de los hebreos‐judíos no era uniforme con respecto a los extranjeros, comenzaron a tener leyes donde existía rechazo hacia el extranjero y otras donde pretendían acogida. Los profetas intentaron mantener vivo ese ideal igualitario. Es Ezequiel el que va más lejos en la expresión de ese ideal. Él llega a afirmar que, después del exilio, cuando Israel sea restaurado, los emigrantes serán ciudadanos de pleno derecho y participarán en el reparto de la tierra (Ez 47,22). Tardíamente Amós, profeta en los días de la deportación, con una irónica poesía, confronta al ideal exclusivista que se enarboló durante el período posexílico (Am 9:7).
El proyecto de nacionalidad y reconstrucción identitaria fue tan fuerte, que el Ger deuteronómico comenzó a ser reemplazado por la fuerza del sacerdocio, normada por las políticas del Segundo Templo; el término Gér (extranjero residente) cae en desuso y es sustituido por Nokrî (extranjero de paso). Nokrî, que nomina a alguien ajeno que sólo está de paso, connotan lo extraño, extranjero, desconocido, forastero, advenedizo, inmigrante, lo diferente a lo propio. El Nokrî es el extranjero extraño a la población, el extranjero que no se adapta, aquel que no pertenece al grupo, que no es uno de ellos. Este tipo de extranjero parece ser del tipo que invade la cultura con costumbres diferentes a la de la cultura autóctona. Los Nokrî, no tuvieron en Israel una ley de inclusión o permiso que se refiera a ellos.
En este contexto intervienen algunos escritores, que intentan combatir contra esa extraña forma de ver el mundo. Intentan poner en evidencia la aportación de las culturas extranjeras, así como las ventajas de un diálogo con ellas. Con la propuesta de estos fuertes ideales de homogenización cultural, circulan una serie de producciones literarias que protestaron contra este proyecto.
Una de estas producciones literarias fue el libro de Rut, muestra hasta qué punto Israel depende de los otros pueblos, revelando la historia sobre la fundación y la inmigración. Este libro pretende recordarle a Israel que la distancia que existe en la oposición de lo nacional y extranjero es imposible de ser definido. Más bien Rut, elige un pueblo en el que será extranjera. Mediante esta doble reserva, ella muestra que tiene conciencia de ser una la Nokrî (extranjera) (Rut 2:10), sin ningún derecho. Y hace notar que, “la externa, la extranjera, la excluida” funda un linaje monárquico que ya desde su inicio está resquebrajado por la diferencia. Así, este relato manifiesta una demanda a nuestra forma de concebir la realidad para que dejemos de pensar en un mundo donde hay nacionales y extranjeros.
Todo esto ilumina la figura de Rut. Mediante un juego de referencias directas e indirectas, el narrador la inscribe en el linaje de las matriarcas, lo que subraya la tradición judía, que incluye a Rut entre las madres de Israel. Al mismo tiempo, la migración de Rut parece ser el vehículo de este oportuno cambio de régimen. El Libro de Rut empieza “en los días en que juzgaban los jueces”, días de hambruna, infertilidad y corrupción, y cierra con una cosecha abundante y un nuevo hijo que anuncia la próxima monarquía.
En el texto bíblico podemos notar cómo se comienza a desarrollar una opción de atención a favor del extranjero, porque el nacional ha sostenido la pretensión de apropiación de lo que ha entendido como privativo, usando incluso el poder y la violencia para delimitar las fronteras entre lo mío y lo ajeno. La idea de que como seres humanos superemos el prejuicio de ver al otro como extranjero y que entendamos que ayer, hoy y mañana mucha gente se movilizará porque así ha sido siempre. La separación y la transición no atañen solo a niños o a inmigrantes, sino a todos nosotros a lo largo de nuestras vidas.
Por Francisco Muñoz